De las opiniones vertidas en «redes» sobre el «Zapata gay»

La obra de Fabián Cháirez forma parte de la exposición “Emiliano. Zapata después de Zapata”, que se expone en el Museo de Palacio de Bellas Artes. Foto: @cultura_mx – Exposición en 2019/2020

 

Tomaré como pretexto para este artículo algunas opiniones que surgieron en redes sociales cuando se viralizó una obra que aparentemente muestra un «Zapata gay» y con las que… para variar, difiero.

A vuela pluma, con la intención de escribir en serio sobre esto:

La capacidad técnica de un pintor, esto es, lo que se entiende como «buena pintura» (tradicionalmente lo que se asocia con el academicismo) o lo convencionalmente establecido como «bello» en un obra, no le confiere su carácter de artístico.
Lo bello en arte significa otra cosa muy distinta. La «buena pintura casi es arte», dice un adagio, refiriéndose a que lo artístico reside en la intención de humanizar y transmitir un modo de percibir, una cosmogonía o una idea, una manera de sentir, y no en la manera de hacerlo o en la perfección o virtuosismo empleado. Una de las definiciones de arte es «aquello que, hecho por el hombre (feministas, no se exciten, hombre en su sentido de individuo de la especie Homo sapiens, sin distinguir si es masculino o femenino) tiene la intención de despertar una emoción, y con ello una «toma de conciencia» con respecto a un tema, situación o idea». Y eso se logra por medio de lo que en estética ochocentista se conoce como Estética. «Lo bello» es una forma de entender lo estético, solo que lo bello se refiere a la emoción causada por la forma, no por el objeto en sí que lo causa. Lo bello, en arte, no es «lo bonito», o lo que nos gusta, o lo que convencionalmente nos remite al «buen gusto», sino aquello que logra evocar una obra.
En ese sentido, el arte, entendido contemporáneamente, se vale de diversas formas de suscitar esa emoción, que puede ser, dicho sea de paso, una emoción agradable, o una sorpresiva, o una de rechazo, o una que nos cimbre. O también una que nos haga replantear lo que consideramos correcto, o normal, o moral. Para ello se colocan «instalaciones», se organizan «happenings», se muestran «object trouves» (objetos existentes del mundo real, que, sin ser hechos por el artista, son escogidos por este para mostrarlos descontextualizados para lograr con ello que se vea otro aspecto de la realidad), ilustraciones de lo absurdo o lo onírico (como los surrealistas), o deformando con manierismo la realidad representada (como Botero, Modigliani o más atrás e el tiempo, El Greco). También se utilizan materiales y técnicas que no solían estar catalogadas como «artísticas», como el arte poveri, el plástico o monitores de tv. Tan vastas son las posibilidades que se llegó ya al «arte conceptual», en el que la materia es solo un cascarón prescindible.
De tal manera que calificar a una obra por su valía técnica (decir: «no parece una obra formal, parece solo una ilustración muy barata y definitivamente sin elementos básicos para ser una pieza pictórica«, o «Yo no veo como una pintura así, sin nada que mostrar, pueda exhibirse en Bellas Artes«) es un equívoco muy común al decidir lo que es arte (y su carga de intención estética) y lo que no.
Las mismas frases se proferían a finales del xix cuando se decía de las obras impresionistas que técnica y temáticamente eran obras sin valor. Se confundía la buena hechura y el buen gusto, con arte, y solo unos pocos comprendían que se iniciaba la caída de «las buenas conciencias» que daba paso a las diferentes vías que se abrían ante los artistas para poder expresar (y contagiar o sucitar o evocar) y a las posibilidades estéticas de lo que se llamó después «arte moderno», «arte contemporáneo» o arte vanguardista (avant garde).
El artista plástico contemporáneo muchas veces sacrifica la técnica en aras de despertar de manera inmediata una visión, una idea o un sentimiento. Son el equivalente material de «la instantánea» y en ello van buenas y malas obras, artistas más o menos talentosos. Pero ojo, su talento no reside en hacer obra perfeccionista, sino en saber ver lo que el común de los mortales pasa por alto.
Los motivos son infinitos. Pueden ser o no ideológicos, o emocionales, o introspectivos o simple y llanamente decorativos.
Pueden apelar a concienciar sobre maltrato a minorías (como los homosexuales o los inmigrantes) o a una visión más fraternal de la humanidad, o a las contradicciones sociales, ecológicas, ambientales o económicas… o pueden quedarse en la contemplación de la realidad y la eliminación de la angustia de la vorágine de la existencia.
Del valor comercial de la obra, de su mercadeo en los círculos mafiosos de galeristas y de la entronización del artista como «autor de culto» hablaré en otra ocasión.

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