¿Qué le importan al universo nuestras cuitas?
¿Qué va a saber que en nuestros cráneos atesoramos instantes?
Guardamos risas, húmedas tristezas, sabor a leche materna, el olor del sacapuntas infantil.
En la inmensidad se regodean sus pedruzcos como joyas flotantes, iluminadas por fotones incendiados, sin saber que nos asombran.
Que nos electrizan… que nos aterran.
Qué grandioso vivir en ese mar que ni siquiera nos desprecia.
Qué grandioso columbrar que no se nos percibe.
Que en ese caldo cósmico yo, mota infinitesimal, soy un testigo.