Impresiones en vísperas electorales.

Las siguientes reflexiones las hago desde una posición sin ninguna preferencia partidaria o de candidato. Son observaciones simples (no simplistas) que a la mayoría, desde sus particulares preferencias y su obvia distorsión prejuiciada (su sesgo de confirmación), suelen pasarle por alto. Desde hace tres sexenios soy un observador de las reacciones populares en las elecciones presidenciales y desde mi perspectiva, he tratado de no engancharme visceralmente con ningún candidato. En México, hablar claramente sobre los errores del candidato por el que se quiere votar es visto como traición, y lleva a la contradicción ética de perdonarle todos sus errores con tal de que no gane el contrario. No es mi caso, y sin preferencia ninguna (ya será en otro lugar donde explique mis “porqués”) mi juicio no le debe nada a nadie.

Básicamente, el tema es explicarme por qué esta ocasión AMLO tiene oportunidad de ganar la silla.
Creo que hay un aspecto importante que se menciona muy poco cuando se habla de los candidatos a la presidencia de la República en estas elecciones.
Las que se conocen como “promesas de campaña” en los partidos que siempre han ganado, proponen los mismos tópicos de siempre y prácticamente con las mismas frases, y son dirigidas a la típica población socioeconómica que los mercadólogos llaman “A”, “B” y “B plus.” y un segmento de la “C”.  La mayor parte de los habitantes de la República no pertenecen a esos sectores.
Muy comunmente, en las “redes sociales” no toman en cuenta que López O. lleva más de 12 años haciendo campaña de pueblo en pueblo y conociendo como piensa la gente que vive en ellos. Gente de sectores socio-económicos diferentes, en su grandísima mayoría,  a los considerados como “target” por las campañas en medios.
López O. Sabe que es más importante el tema de tener para comer que el del precio de la gasolina, o quién es el secretario de hacienda o cuánto se van a gastar en obra pública.
A esa gente le habla en su mismo lenguaje. En el del día a día. En el de la preocupación inmediata. En el del problema inmediato de la comunidad a la que va.
Solamente un 6% de la población nacional es el que va a las universidades, que tiene un automóvil, que tiene una computadora, que tiene una casa propia en una gran ciudad.
Las visitas a poblados que hacen los otros candidatos son en base a un programa de marketing que sólo dura seis meses y sólo acude a sus asambleas gente invitada por los organizadores de campaña y no cubren el kilometraje que L.O. ha recorrido. Durante seis años cada partido en el poder ha perdido la oportunidad de acercarse a la población. Sólo se arriman al pueblo cuando necesitan de él. Ahora muchos se sorprenden de que L.O. tenga tantos seguidores. La gente de los sectores privilegiados no entiende cómo tiene un porcentaje tan alto de intención de voto. A ellos les han vendido que el tipo está loco, que no sabe expresarse, que regresará al país al pasado y que le quitará el dinero a los ricos para dárselo a los pobres. Que es un tipo que no trabaja (Sin darse cuenta de la cantidad de kilómetros que ha recorrido ese tipo durante varios años de comunidad en comunidad). Y se la han tragado toda. Sin reflexión. Sin mirar quién les vende la trola. Unos porque temen perder lo que tienen. Otros por inocente ignorancia de lo que es México y sus mayorías.
A ese mexicano que no tiene esos privilegios, y no estoy hablando del México bronco, no le importa lo que se hable en un debate con gente que ni conocen ni ha estado nunca en sus comunidades. No le importa si ganó o no una discusión un tipo hablando de temas que ni le importan. A ese nivel, el “debate” no tiene ninguna importancia.
A López Obrador tampoco le importa estar defendiéndose o explicando planes que ya explicó durante años a la gente que le interesa que vote por él. Acude al debate para que no se diga que no se presentó. Y tampoco está interesado en lo que opine ese 6% (a sus seguidores de ese sector ya los convenció) a ese que considera que no sabe debatir, que repite frasecitas, que no es digno de representarnos en el extranjero o que “va a convertir al país en una Venezuela”.
Tres promesas básicas de campaña (que no son violentas, ni se basan en golpes de estado ni hablan de socialismo ni lucha de clases) son suficientes para el 80% del país:
-Tendrás para comer
-Escucharemos tus problemas
-Haremos algo contra los corruptos que no se han fijado en ti

No me parece populismo.
Simplemente veo que eso no lo prometen los otros tres. Ni lo han hecho en los lugares adecuados.
Si alguien del pueblo siente que uno de los suyos tiene oportunidad de cambiar algo y se identifican con él, no importan los discursos ni las promesas ni es necesario que se les diga que ya no tendrán que trabajar. Sólo es necesario decirles que tendrán un trabajo digno y que se intentará cubrir sus necesidades. Con sus palabras.
Ante los ojos de la “gente educada” L. O. es un ignorante.
Ante los ojos del pueblo es un hermano que hará algo por ellos y que tiene oportunidad de hacerlo. Ante unos pocos es un mamarracho, ante muchísimos más es una posibilidad de cambio.
López Obrador, cuando está en los medios a los que tiene acceso la gente de los sectores privilegiados, no trata de explicar su visión, simplemente navega de muertito, sin importarle ser tomado como ignorante. Sabe que el voto que necesita no está en ese sector.
Recientemente las redes sociales a las que tienen acceso los sectores de privilegio han soltado una andanada de mensajes no a favor de sus candidatos sino en contra de L. O. El nerviosismo es patente, pero es debido a que no se dan cuenta de que a los seguidores de L. O. no les importan los temas típicos de los noticieros de televisión o de los asesores de campaña, que usan un marketing para un sector incorrecto.
Los partidos que han ganado la presidencia son ciegos a los problemas de miles de pueblos de la República Mexicana durante sus mandatos y en las campañas confían más en sus asesores de marketing.
¿Se puede equivocar López obrador cuando gobierne? Seguramente. Como se han equivocado todos los presidentes que hemos tenido.
Sin embargo su margen de maniobra no es el de un reyezuelo. No tiene un ejército como lo tenía Chávez para hacer y deshacer imponiendo un socialismo trasnochado.
No tiene una visión de socialista setentero, por más que le quieren colgar la etiqueta.
Ni siquiera es evidente que López O. sea de izquierda. La izquierda en México es una porquería sin capacidad de ponerse de acuerdo. Y lo que promete L. O. es más parecido a una social democracia de centro. Aunque tiene pifias enormes.
¿Que Morena tiene en sus líneas a gente radical? Seguramente. Pero no creo que tengan ni número ni posibilidades reales de convertir al partido ni remotamente en trostkistas, leninistas o maoistas.
¿Que se sumó al partido gente nefasta? Cierto, muchos de ellos tienen cola que les pisen y no se debe disfrazar con un simple “también en los otros partidos abundan”, pero es que un partido no lo maneja una sola persona sino un grupo de intereses que muchas veces se contraponen, y es un microcosmos donde hay bueno y malo. Y eso es así en todos los partidos.
¿Será suficiente el chabacano optimismo lopezobradorista para detener corruptelas y echar a andar a un país dolido, avergonzado y deprimido?
Las ganas de que eso suceda no son las de una redacción de “visión misión”. Son los anhelos de muchos que sienten que esto puede cambiar. Ese motor no lo tiene actualmente ningún otro partido.
La imagen que tiene el sentir popular: Se creyó que cambiaría todo cuando Fox tuvo en sus manos la posibilidad de hacerlo. Y no quiso y no supo cortarle la cabeza al dinosaurio. Se montó en sus estructuras y su no hacer le abrió la puerta a las mafias del narcotráfico y la corruptela impune.
Después tuvo la oportunidad Calderón (haiga sido como haiga sido) y su megalomanía y su afán de demostrar que podía hacer algo,  convirtieron al país en un lóbrego escenario en el que una guerra absurda y mal planteada oscureció el ánimo de los mexicanos. No solo no cambió nada, sino que el autoritarismo devolvió la ya superada idea del presidencialismo a ultranza y se dió un paso atrás en democracia. No solo no convenció el cambio, sino que hizo que el dinosaurio reviviera. Él hizo perder al PAN la presidencia. El presente mandato es de todos conocido. En términos de avance social, de salud, tecnológico o económico, el PRI está haciendo imposible su reelección.
Por lo anterior, el ciudadano común está ante la espada y la pared.
En mi opinión, es una discusión desesperada entre quienes están hartos del sistema, y quienes tienen miedo de salir perdiendo en el cambio. Cada vez son más los que sienten que ya no pierden nada.
Quienes apoyan a PRI o PAN, no ven (o no quieren ver) que estamos como estamos por esos dos partidos, y prefieren malo por conocido. Quienes apoyan a AMLO no ven que las estructuras institucionales como están armadas, no funcionan para que un cambio rápido suceda y los políticos que cobijan en sus filas son en muchos casos residuos dolidos de otros partidos. La gente está entre apoyar un cambio venga lo que venga, o tragarse lo de “nos vamos a volver Venezuela” y “prefiero saber que me roban, pero si empeora la cosa, que sea de a poquito”.
Una bazofia por donde se le vea.
En las propuestas de planes de gobierno no hay ideas de gran calado para el país, no hay visión de futuro, no hay negociaciones. Con la actual estrategia del miedo, no habrá presidente que gobierne para la mayoría. La gente de los sectores privilegiados (y esos privilegios son básicos, en México ser “clasemediero” es un privilegio) piensa que quienes están en el poder no quieren ceder nada, y quienes quieren llegar al poder quieren cambiarlo todo. A eso ha llevado la política del miedo. Restañar heridas al finalizar las elecciones costará tiempo y no dará margen para negociar entre facciones. Se bloqueará, una vez más, cualquier intento de iniciativa.
Ya ni hablar del fantasma del fraude, con sus múltiples caretas de carnaval. Muy en lo profundo, todos piensan que las elecciones no son lo transparentes que debieran, y que muchas manos mueven esa cuna. A falta de datos confiables se prefiere no hablar de ello, unos porque sienten que “esta vez sí será imposible un fraude” otros porque “es conspiranóico dudar de la contabilidad electoral” expresando más un deseo que una convicción. Lo cierto es que nadie suelta el poder tan fácil en este país.
Lo más obvio es pensar que se llega a acuerdos cupulares entre los manidos “poderes fácticos” que son los que ponen en juego sus intereses estratégicos. y quienes por el momento, en el poder, mueven más hilos, prebendas y amenazas. La pregunta es
¿Ésta vez L. O. tiene poder suficiente para negociar en esa mesa? En otras palabras, ¿el descontento popular es ahora tan grande como para que un “mesías” pacífico tenga argumentos para ser tomado en cuenta a la hora de poner al “rey por un día”? En otras ocasiones no lo vieron necesario.
Los industriales pueden aceptar que sea presidente si se les asegura que no saldrán afectados. ¿Los otros poderes fácticos tendrán tanta flexibilidad?

JSB